De mayor quiero ser musa

Pero no una musa cualquiera de peana y pantalla plana, de pies de barrio bajo, famosa por sus gritos televisivos. Quiero ser una harpía con piel de ángel y voz de sirena, una fuerza irresistible de la naturaleza, una moira empática, labradora de artistas perdidos. Pero no encuentro plaza por el INEM.

Atención: No confundir musa con diva, es como tomar una piedra de río por diamante. La diva se cree divina, la musa lo es. Partiendo de la base de que todos somos hijos de Dios, divina ya soy. Así que como ninfa inspiradora, tengo el 50% ganado. Aún así, la carrera de musóloga me parece difícil y no apta para todas las mujeres públicas (es decir, las que se publican).

Lo más cerca que he estado de ser una diosa de las artes fue en Florencia cuando contemplando en la Galería Uffizi El nacimiento de Venus, obra maestra de Sandro Botticelli, mi marido me susurró al oído: «Tu cuerpo es como el de ella»… Ayyyyy, qué mal me sentó. Barrigona, muslona, tetas de 85… ¡Soy un molde desproporcionado del siglo XV, apto para inspirar un burlesque!

Tápate con el pelo todo ese vello. O pásate, Venus, la venus de Gillette

Tápate con el pelo todo ese vello. O pásate, Venus, la venus de Gillette

Podría haber sido peor. Lo hubiera matado de compararme con la Venus de Urbino (que parece preñada de 4 meses), con cualquiera de las tres (des) Gracias de Rubens o con una de las rollizas de Botero, quien afirmaba a voz en cuello: «Yo no he pintado una gorda en mi vida». Sin embargo, Simonetta Vespucci fue todo un personaje. Sólo vivió 23 años, tiempo más que suficiente para ser glorificada en la plenitud de su juventud, no sólo por su amantísimo Botticelli, enterrado a sus pies en la Iglesia franciscana de Ognisanti en Florencia, sino por Piero di Cosimo como Cleopatra y por Ghirlandaio en la Madonna de la Misericordia. Sospecho que fue una mujer liberal en lo sexual, pues en esa época una señora casada y decente enseñando todo lo rubio, no creo que fuera socialmente aprobado, ni siquiera en el renacimiento más platónico.

Piero di Cosimo casi se la comió.

Piero di Cosimo casi se la comió.

De todas formas, no es esa la musa que desearía ser, entre otras cosas porque de bella tengo poco, de joven menos y de platónica sólo me quedan los ojos cuando me asusto. Sólo aspiro a ser una musa activa, sopladora de ideas nuevas a oídos atentos y perspicaces, a hombres que saben lo que vale una mujer, más que una misa y que L’oreal. Quiero ser lo que George Sands para Chopin, Frida Kahlo para Rivera o Zelda Fitzgerald para Francis Scott. No quiero ser una Alma Maller, ni una Yoko Ono, mucho menos una Gala de Dali. Amantes corrosivas, algunas beldades, otras feas como diablesas, con instinto destructivo y loca sexualidad recubierta de intelectualidad.

Si esto es una musa, yo soy Tarzán

Si esto es una musa, yo soy Tarzán

Ya que mi talento no me da para ser Dorothy Parker, ni Susan Sontag o Ana María Matute, sueño con caerme por una agujero de gusano en el Londres victoriano y acabar en los brazos de los Prerrafaelitas, artistas fascinados por las leyendas, la Edad Media y el romanticismo.
Sus musas eran sus esposas y amantes, la mayoría de ellas no sólo bellas sino artistas y poetas. Envidio a Elizabeth Siddal, mujer suicida de Rosetti, a Jane Burden, anodina muchacha de los bajos fondos que enamoró a William Morris, y a Julia Prinsep Jackson, madre de Virginia Woolf y esposa del escritor Leslie Stephen.

Princesa Sabra o Leia, tanto da siendo princesa....

Princesa Sabra o Leia, tanto da siendo princesa….

Ay, qué feliz sería yo, dioses olímpicos, si consiguiera inspirar a otros lo que yo misma no soy capaz de inspirarme. Me conformo con ser la chispa vital de cualquier cosa: una calcomanía, un garabato, una caja de cereales a lo Warhol. Incluso una cagada enlatada como las del Modern Tate. Prefiero ser una pieza de museo a ser simplemente una «buena pieza». Si alguien por ahí, busca una musa a tiempo parcial, me ofrezco encantada. A cambio sólo pido la inmortalidad.

inmortalidad

The voice, eso es cantar

Me encanta la versión USA de este reality de cantantes amateur que les dan sopa con ondas a los españoles. Apenas desafinan, tienen voces educadas con tesituras amplísimas que abarca desde graves de barítonos a agudos de belle canto. Y lo más importante: no gritan. Porque cantar a gritos no es cantar: es berrear.

En España no veía La voz: no aguanto a Bisbal ni como cantante ni como individuo. Malú es muy gritona y sólo me gusta cuando se acuerda de sus raíces flamencas que le vienen de sangre y estirpe (es sobrina del maestro Paco de Lucía, hija de su hermano Pepe). De Orozco no me gusta ni la O (si fuera con A sería Arazca, que da mucho más cancha). Sólo me gusta Rosario, como mujer, persona y artista. Pero ni por ella aguanto el programa. Para mis delicados oídos es una tortura china escuchar los gallos, pollos y gansos de unos concursantes que parece que están vociferando en una tómbola. Y para más inri, esas familias que defienden a sus bastos vástagos a cuchillo bajo el lema implícito «mi hijo es el mejor». El mejor cuando duerme, porque cantando dan ganas de mandarlo a la estratosfera a ahuyentar alienígenas.

¡¡Ahhh, un concursante de La Voz quiere cantarme una nana!!

¡¡Ahhh, un concursante de La Voz me persigue en sueños!!

Sí, sí, apedreadme si queréis pero en España se canta mal, muy mal: hay muy malas voces y desagradables que se regodean en el falsete y los trinos de pájaros preñados al estilo de los malos copleros. Muchos de estos seudo-intérpretes carecen del sentido más básico para ser músico: el oído. Están más tenientes que la Ripley y la O’Neil juntas en un concierto con música de Beethoven. Además, brilla por su ausencia la formación musical: muy pocos tienen conocimientos de solfeo, dominio de algún instrumento que no sea la batería de cocina y un cierto bagaje en música clásica. Pero la peor de las taras de estos tarados es su completa y absoluta incultura musical. Es de vergüenza ajena internacional que muchos españoles no sepan qué es bossa nova o R&B.
Sin embargo, no me extraña: es la vergonzosa consecuencia de un país que presume de ignorante y ha crecido bajo la sombrilla de playa voceando horteradas de transistor. Aunque no estoy atacando nuestro acerbo folclórico -que es muy rico, geográficamente variado y bien transmitido por tradición oral- los joteros no son poperos ni los zarzueleros, raperos. Este concurso trata sobre música pop, urbana y universal que nació, creció y vibró durante el siglo XX en las entrañas de Los Beatles, Pink Floyd o Led Zeppelin.

El talento no está en el pelo, peludos

El talento no está en el pelo, peludos

Y mientras paso olímpicamente de los cantajeros de LA VOZ que se desgañitan en el intento de convertirse en los nuevos Bisbales (que berrea como si les estuviera sodomizando la guardia pretoriana de Calígula), estoy enganchada a THE VOICE que emiten por canal SONY (sólo por cable en América). Estos aspirantes a artistas van por la ronda individual de Knockouts, después de batirse en singulares batallas de cuerdas vocales bien afinadas. Ojo, que digo artistas, no cantantes pues YA son cantantes. Todos ellos con su propio estilo, tipo de voz, presencia escénica, energía o físico, son unos más que correctos vocalistas.
¡¡Y qué jurado de lujo!! En esta 5ª edición para los EEUU vuelven a la parrilla de mentores los cuatro jurados originales: Christina Aguilera, que ya me había robado el corazón con su impecable versión de Beatiful; Adam Levine, cantante de Maroon V que me robó el corazón (y otra parte más baja del cuerpo) con su Moves like Jagger; Cee Lo Green, al que no conocía físicamente pero si dos de sus canciones más sonadas: Crazy y Fuck you, y Blake Shelton, un cantante de country al que no conocía de nada.

Qué jurado más apañado...

Qué jurado más apañado…

Tengo a mis favoritos de esta edición 2013. Del equipo de Chistina Aguilera: Josh Logan, que canta cualquier cosa que le eches y tiene una voz grave que hasta las monjas mojan, y Jackie Lee, una chiquilla de 16 años que cantó una versión de I put a spell on you que se llevó la ovación de la noche y me levantó de la silla. Con Adam Levine están (para mi gusto musical) las dos mejores voces de esta edición: Tessanne Chin, una jamaicana que le hacía los coros a Jimmy Cliff (ahí es nada) y que cantó una versión de Many Rivers to cross que me puso la piel de gallina, y Preston Pohl, un cantante de soul puro a la manera de la época dorada de los 60. Una verdadera joya. Añado a Will Champlin, que es un encanto de chico con sus gafitas de pasta y su voz rasposa de rockero clásico. En el equipo de Blake Shelton, Shelbie Z, una rubia entrada en carnes con potencia vocal para tumbar un estadio, y Austin Jenkes que tiene una estupenda voz de blues blanco con un registro amplísimo. Con Cee Lo Green están de las mejores voces femeninas: Caroline Pennell, una dulzura de 17 añitos que seduce, Tamara Chauniece, una belleza sutil con una voz forjada en el gospel, y una rockera morena y fogosa, Kat Robichaud que se metió al público en el bolsillo por su proximidad y calidez.

¿Ganará Cee Lo o Levine?

¿Ganará Cee Lo o Levine?

Obviamente, como elige el público y la mayoría que participa en estos realities son niñas de 13 años con las hormonas descontroladas, se cargarán a la mayoría de las chicas aunque no se lo merezcan y dejarán a los hombres, aunque algunos tampoco se lo merezcan. Pero así es la televisión: convierte monstruos en dioses que, una vez caídos, se comen a sus hijos en las revistas del corazón.

Si no puedes comerte a tus padres, cómete a tus hijos... Todo sea por comer!

Si no puedes comerte a tus padres, cómete a tus hijos… Todo sea por comer!

¿Por qué, Undebé, no he nacido calé?

Señor, tú a mí no me quieres, porque sino me habrías hecho de piel canela y no de arena blanca. Sin arte ni parte y partiéndome el espinazo intento ser flamenca, pero ni tengo Gràcia de Dios ni simpatía pá los hombres. Y es que me falta raza y me falta olé

No siento los pies de tanto planta-tacón-golpe-planta, pero poco me importa si dejo una impronta. Pero después de 15 años machacándome el espinazo, el duende me huye como vampiro de la luz. Mi amor por el flamenco no es correspondido, como un amante casquivano que por mucho que le dé siempre me deja por otra más guapa, más joven y más graciosa que baila sin sudar ni gota.

Esa Yerbabuena, que cura todos los males con solo mirarla

Esa Yerbabuena, que cura todos los males con solo mirarla

Pero para mí el flamenco es sudor, sangre y lágrimas. Sudor pa’ bailarlo, sangre pa’ sentirlo y lágrimas pa’ cantarlo. Me produce una profunda conmoción en las vísceras de las que brotan a la vez hormonas, proteínas y toxinas. Es una catarsis peculiar que, a través de su compás de mantra, induce al paroxismo dejando la mente como un lienzo y el alma como un Pantone.

El flamenco es brujería y Gades uno de sus grandes brujos

El flamenco es brujería y Gades uno de sus grandes brujos

Y es que el flamenco tienen el poder de convocar las fuerzas de la naturaleza y unir en un solo cuerpo a todos sus contrarios. Entonces el bailaor es como un profeta de Dios entre los hombres. Cuando se pone en danza, conjuga el ying y el yang, vence a la sombra y llama la luz, ejerce el bien y frena el mal, domina el cielo y nutre la tierra. Un bailaor-bailaora de los grandes, de los elegidos, detiene la sangre y congelan el tiempo ejecutando un ritual atávico que los gitanos traen en sus genes forjados en la India, almas viejas y pieles curtidas en el polvo de los caminos.

Manos llenas de olé, en la India o en Lebrija...

Manos llenas de olé, en la India o en Lebrija…

Al ejecutar esta danza, el bailaor se convierte en un gurú, un medium capaz de canalizar a través de su cuerpo todas las fuerzas del universo en un armonioso movimiento. Y al bailar hace su conjuro: de cintura para abajo con la fuerza de los pies clava los taconeos en el suelo y a patá limpia mantiene al diablo bajo tierra, a raya en el inframundo para que no salga y nos destruya. De cintura para arriba con los brazos extendidos, el bailaor busca a Dios. Con la fuerza de sus dedos envía al aire un relámpago de energía donde dibuja una plegaria visible un instante y se evapora. Los que son capaces de verla lo llaman Duende.

Farruquito, un extraterrestre caído del cielo caló

Farruquito, un extraterrestre caído del cielo caló

El duende es un detonador que despierta la conciencia colectiva con palmas, jaleos y jipíos. Por desgracia no todos pueden oírlo, como un silbato para perros. El flamenco emite en una frecuencia primitiva y reptiliana que va directo a las entrañas y sólo reciben el mensaje quienes llevan el alma al aire, a pecho descubierto. Esta comunicación con la esencia íntima del ser total convierte al flamenco en un arte, un arte gigantesco, universal que igual siente un australiano que un sevillano, con koalas o con guasas.

Esa Manuela Carrasco, es Lady Halcón desde la cabeza al tacón

Esa Manuela Carrasco, es Lady Halcón desde la cabeza al tacón

Por eso «quién al flamenco le llame flamenkito de flamenco sabe pokito». Este es un Arte a parte, no por ser patrimonio inmaterial de la humanidad, sino precisamente por lo contrario: por ser patrimonio exclusivo de los gitanos que lo interpretan con la misma soltura que un actor británico declama a Shakespeare. El flamenco es suyo por derecho, tradición y cultura, pero nos lo han cedido a los payos para que se lo cuidemos, le demos de comer y lo hagamos crecer. ¡GRACIAS, GRACIAS Y MIL VECES, GRACIAS!

Caminante, aquí no hay arte: el arte se hace al bailar

Caminante, aquí no hay arte: el arte se hace al bailar

Yo quería ser majorette…

El bastón plateado girando por los aires, las faldas cortas con vuelito luciendo cachas y pantorrillas adornadas con botas altas a lo meretriz de circo me chiflaban. Si hubiera elegido esa vida, quizá ahora estaría prejubilada con una buena pensión y un esguince de talón…

Recuerdo perfectamente la primera vez que vi una majorette. Fue en mi Galicia natal, en el parque más céntrico de mi capital de provincia. Mientras la banda de músicos se fumaba un cigarrito, un grupo de chicas esperaban en un corro. Llevaban un gorrito blanco estilo militar con una pluma azul celeste algo despeluchada, casacas del mismo color con botones dorados de plástico y tan almidonadas que parecía increíble que pudieran doblar los brazos. Las faldillas plisadas eran de un corto que haría las delicias de un fan del manga japonés, pues según la envergadura de la criatura, las bragas azules quedaban a la vista de propios y extraños. Remataba el atuendo unas botas blancas acharoladas que chirriaban de puro malas.

Soy la novia de la muerteeeee y estoy de muerteeee…

Vistas desde mi yo adulto no podían ser más cutres, pero a mis siete años me dejaron anonadada. Me parecían el summum del glamour y la quintaesencia de la sensualidad femenina. Sin embargo, también me fijé en que algunas estaban más cerca del esperpento que del canon griego de una venus: una de ellas estaba tan entrada en carnes que parecía el elefante de Fantasía de Disney en versión cañí, con unas pantorrillas tan rebosantes que la cremallera de la bota se atascaba a la mitad. Otra tenía unos coloretes de manzana reineta y una melena estropajosa que se extendía por la espalda con más nudos que el telar de Penélope, y camuflada entre la masa se adivinaba a una que era la radiografía de un silbido con menos carne que el hueso de caña de un caldo industrial.

Somos todas distintas, pero estamos muy unidas por el mismo corazón y nuestro plumón…

Yo estaba convencida de que tamañas señoritas con ese vistoso atuendo debían ser a la fuerza extranjeras (estamos hablando de mediados de los 70 en la España profunda de verdes valles fluviales). E incluso se me pasó por la cabeza la idea romántica de fugarme con ellas y recorrer el mundo a golpe de bastón y patas arriba. Así que me acerqué tímidamente a preguntarle a la que me pareció más agraciada y sonriente. Le tiré de la manga para llamar su atención:

– ¡Hola! Perdona, ¿de dónde sois? ¿De Francia?

Se dio la vuelta con expresión de vaca recién ordeñada y me espetó en la cara con un aceitoso aliento al ajillo…

– ¡De Carballiño, rapaza!

El acentazo galaico-portugués no dejaba lugar a dudas. Me quedé muerta. ¡Había majorettes en Carballiño! Todo su encanto se vino abajo como la Jenga. Si sólo era cuestión de tener un ajuar medio decente y unas cuantas colegas de pueblo con ganas de enseñar las bragas… ¡era mi futuro soñado! Mi madre rompió mi sueño con un guantazo de realismo asfaltado y me convenció para estudiar una carrera con menos salidas que un convento de clausura.
Visto lo visto, siempre me quedará la duda de cómo hubiera ido mi vida de haber sido majorette… ¿Habría triunfado haciendo la calle por Pigalle en París o por la Avenida Gilbert de Cincinnati? Qui lo sá…

The artist, ¿te ha comido la lengua el perro?

Hablar, ¿para qué? El que quiera palabras que ponga la tele. Al cine le sobra la verborrea, no la necesita. Por algo se grita ¡acción! no ¡locución! En The artist todo está a la vista y no hay nada que decir. Basta con mirar y… ladrar.

No me gusta el cine mudo: esas imágenes frenéticas con clowns pasados de vueltas machacándose a tartazo limpio a ritmo de rag-time me desquician. Pero este cine mudo es posmoderno, chic y tan francés como el Brie, el Chanel nº 5 y la torre Eiffel. Aunque han tardado más de 100 años desde que los Lumière inventaran el cinematógrafo, los irreductibles galos han demostrado con esta película su «savoir faire» en el 7º arte, verbo aparte.

Los Ricola los inventaron los suizos, pero ¿quién invento el cine, ehh? Pues los franceses, ¡mon dieu!

The artist es un clásico en blanco y negro de hoy en día que ya les hubiera gustado protagonizar en sus años mozos a los añejos Clark Gable, Errol Flinn o Douglas Fairbanks jr. Aunque el parecido con esos actores es más que razonable, la frente despejada, los ojillos risueños y la sonrisa franca del actor protagonista es un clón (no un clown) del pizpireto danzarín, Gene Kelly.

Soy Gene Kelly, pero me pones el bigotito de Rodolfo Valentino y tienes al francés ese que me imita tan bien...

Singin’ in the rain se nota, se siente y está presente en el ambiente: números musicales de claqué, el histrionismo interpretativo del cine mudo, el ascenso de nuevos talentos gracias al sonoro y el ocaso de antiguas estrellas que se quedaron mudas… En definitiva, The artist mete bien metidos un buen número de detalles, guiños y homenajes a esa obra maestra del cine musical fáciles de reconocer a simple vista.

No sé si subo o si bajo. Esas luces de candilejas me confunden...

Bien es cierto, que el actor protagonista tiene suficiente arte para llevarse de largo un Oscar, una concha y un león, pero la palma es para el perro. Todo un animal de la interpretación, interviene en casi todas las escenas (algunas con excelentes líneas de ladridos) y tiene más diálogo que ningún otro compañero de reparto. Con semejante papelón, no es de extrañar que vaya por ahí tan subidito.

Soy Uggie, el verdadero artista: miro al pajarito, llevo pajarita y no hay quién me ladre...

Como esta peli me dejó sin palabras (los 8€ mejor gastados en una butaca numerada), no diré ni mu sobre el argumento. Sólo contaré unas cuantas imágenes y que cada uno se monte su escena:

– Un vaso de whisky suena al dejarlo encima de una mesa.

– Un actor famoso mira a una actriz principiante y olvida su papel.

– Un actor en declive baja una escalera que sube una actriz en alza.

– Una sombra va por libre en la pantalla.

– Un perro rescata a su amo entre celuloides quemados.

– Un número de claqué rescata una carrera perdida.

FIN

Y colorín, colorado, que nos quiten lo bailao...

No hay mucho que contar pero sí mucho, mucho que ver. Porque cuando las palabras no cuentan, cuenta todo lo demás y eso es lo único a tener en cuenta en una buena película.

¡Mamá, quiero ser artista…contemporánea!

Navegando por la red en busca de inspiración, me topé con el arte contemporáneo. Me fascinó por su carácter democrático y popular, donde el talento artístico parece ser secundario y basta con vender caras algunas pajas mentales haciéndolas pasar por ideas subversivas e inquietantes… mi especialidad.

El arte actual es como el culo de un elefante: por ahí entra de todo y sale bastante mierda. Desde garabatos de niños colgados en certámenes de prestigio, latas con excrementos del propio artista que con toda su cara consigue colar en museos internacionales o el experimento de un sádico que confunde arte con crueldad matando de inanición a un animal.
Negada y cegada de nacimiento para el dibujo (pinto igual ahora que a los ocho años), considero que las artes plásticas son para personas con talento natural y cirujanos con buen pulso, así que yo me decanté por el arte conceptual. En concreto por las performances, manifestaciones artísticas de gran éxito en el underground de los 60′ que ensalzó a Yoko Ono a la inexplicable categoría de hierática embajadora y musa hippie.

No estoy en la cama por una performance, es que estoy de regla. Anda, móntate aquí y pedalea...

Me sentí inmediatamente seducida e identificada con esta tendencia posmoderna y dándole vueltas al tarro acabé con una migraña galopante, aquejada por el síndrome menstrual. Tras inhalar accidentalmente ingentes cantidades de celulosa, se me juntó el hambre con las ganas de comer y una idea perturbadora y algo guarrona brotó de mi cabeza como una hemorragia nasal: la «performance menstrual», un montaje visual metafórico -cuando no metonímico- para recordarle al mundo que ser mujer puede ser una mierda. Dudo que haya alguien a quien le guste cargar con unas tetas que amenazan con explotar como balones de silicona en vuelo transcontinental, con una barriga que se hincha como la de un panda y que solo entra en las bragas más raídas del cajón, o padecer un estreñimiento ocasional que te impida cagarte en la madre de la naturaleza, que seguro es huérfana.

Me explotaron las tetas en la menopausia, pero ya ni me acuerdo gracias al Photoshop. ¡Qué gran tienda de fotos!

Para integrar al público en esta experiencia artística, pensé actividades que combinaran en idénticas proporciones arte, deporte y marchas forzadas. Como la «Yintanga», una yincana de tangas que ganaría el primero en encontrar una cantidad razonable de estas prendas diseminadas por las esquinas más oscuras de la ciudad. Mi intención era simple: convertir la urbe en una sala de exhibiciones sin inhibiciones, utilizando descaradamente el mobiliario urbano como un excusado donde contar el drama mensual de las mujeres, la puñetera regla y sus sangrantes consecuencias.

Me he colado en el baño donde ovula Hello Kitty y micciona la Pantera Rosa... Qué pocholada

Por ello, era imperativo el uso de metáforas de mal gusto que disgustaran al público dejándoles un regusto a hematíes. Para lograr estos retortijones desde la boca a los riñones, colgaría de los árboles tampones rojos envueltos en folios reciclados en los que se podría leer «Sauce sangrón». Y mientras los transeúntes contemplaran embobados esta animista instalación, serían atacados por compresas con alas teledirigidas ejecutando una higiénica coreografía de El vuelo del moscardón emitido con un inalámbrico sistema envolvente 7.4.

Ehhh no laaa gayyy, que yo no soyyy un vuelo gayyy

Si con estas iniciativas no consigo arrancar el aplauso del respetable, me sacaré de la manga dos armas secretas que tiran más que dos carretas: haré una colecta de sujetadores de diversas tallas, colores y telas entre mis amigas, conocidas y -por qué no, enemigas- que usaría para ataviar femeninamente semáforos y señales y así parar el tráfico de cuajo. A esta instalación la llamaré «Cruzado mágico».

Yo soy un mago de los cruces, de los cruces de cables...

Me sentía como la lechera del cuento y como ella, el sueño se evaporó al estamparse el cántaro en el suelo: ¿De dónde iba a sacar pasta para comprar tantísimos artículos de higiene íntima y atrezzo vario? O me los prestaba Playtex, Evax y Tinanlux o ya podría ir cambiando esta iniciativa del «marketing de guarrilla» por el telemarketing casero.

Si esto no es un bote de esmalte, es que soy tonta del bote y de remate

En resumidas y consumidas cuentas, si la mierda enlatada simboliza la sinrazón de la sociedad de consumo; el alambre mal enrollado, la opresión del hombre moderno, y cuatro rayas en un lienzo, el infinito y más allá, mi performance menstrual es el último grito de la regla y un «viva la menopausia». Pero sin recursos materiales me quedo descompuesta, sin Tampax ni condón.