Crítica de cine: Shame, ¡vergüenza ajena, tío!

Cómo sufrí por el rabo de este buen hombre (que bueno no sé si será, pero qué bueno que está). Literalmente, se mata a pajas, a polvos, a mamadas y lo que le hagan. Es un peligro público para él, las demás y sus discos duros, sucios a fuerza de guarradas.

Esta sí la vi y personalmente me la podía ahorrar. Me he cansado de ver polvos en el cine. Tengo una edad y ya he visto tantos revolcones (algunos de primera, otros muy malos) que me dejan completamente fría los buenorros 2D sudando por la espalda mientras empujan con cara de estreñimiento pernicioso. Y eso que es este hombre (Michael Fassbender) está bien armado para empujar, restregar, frotar, agitar y menear a gusto.

¿A qué estoy cañón? Pues no veas el misil que tengo entre las piernas. Yo le llamo Óscar...

– Mujer, hará algo más que meter, ¿no? -me pregunta mi amiga con ojos de querer una buena historia.
– Pues sí mear: lo primero que ves es su rabo a tamaño natural (y vaya tamaño) paseándose por su pisazo de Manhattan hasta el lavabo. Acto seguido se pone a miccionar de espaldas, piernas abiertas y prepucio a la vista, un chorrazo que se me va a quedar en la retina hasta el último estertor.
– Eso ya para abrir boca.
– Mejor no abrirla mucho que te la mete hasta el fondo. El tío no para…
– ¿De follar?
– Con putas y solteras básicamente, rollos de aquí te pillo, aquí te follo. Pero en cambio con la chica que le gusta, no se le levanta…
– ¿Y eso? ¿No es una máquina de hacer el amor?
– Sí, pero con tara. Su hermanita se ha quedado unos días en su casa y lo trae de cabeza.
– ¿Le mola la hermana?
– No está claro: el incesto flota en el aire porque los dos son un par de obsesos sexuales, ella en plan perra apaleada y él como apaleador de perras.
– ¿Le da leña a la hermana?
– Poca cosa: un par de guantazos en el sofá, un codazo en la ducha, un empujón en la cama…
– Vamos, que la corre a leches por toda la casa.

Ahora te abrazo, pero de aquí a nada te la clavo

– Aunque comparten trauma de infancia, no sabemos quién se folló a quién: si el padre a ella, la madre a él o ellos entre sí. Lo que está claro es que la hermana es una suicida con más muescas en los brazos que el revólver de Billy el Niño.
– ¿Y por qué está en casa de su hermano?
– Es una colgada que no tiene donde caerse muerta. Se supone que es cantante de blues o de nanas, es que se larga una versión soporífera de New York, New York que te entran ganas de morirte en cualquier parte menos en Nueva York.
– Así que la cosa acaba mal, mal.
– Digamos que es «ley de vida»: a él le dan una paliza por meterle los dedos por el chumino a la novia de un macarra, y ella se corta las venas en el cuarto de baño de él.
– En fin, un dramón.
– Con final de «¿Me lo explica?»…
– ¿Tan raro es?
– Abiertito, más que nada. Imagínate la escena: en el metro, él mira fijamente a una pelirroja guapísima, que ya había visto otro día, pero más desaliñada y casual. Ella le sonríe en plan sueño erótico y él impasible, ni un pelo mueve. Y eso que la otra vez que la vio salió por patas detrás de ella como un toro en celo.
– Entonces, se curó de su obsesión…
– Yo no diría tanto.

Como te mire, date por follada, maja vestida. Porque de este vagón no sales viva

No sé si será por el argumento tan sobado del abuso sexual en la infancia y por tanta escena explícita de sexo abierto 24 horas, que después de la tercera paja y el quinto clavo acabas con jaqueca. En definitiva, una película de mucha paja, mucha picha y poca chicha.

No te hagas la lista… de películas

Una moda que se ha puesto de moda: hacer listas recomendándole a la gente las pelis que debe ver. ¿Qué tendrá que ver lo que ven otros con lo que ves tú? El cine es subjetivo y tan sujeto a modas y modismos que a mí me da lo mismo.

¿Será que las listas nos hacen parecer más listos o que necesitamos seguir un orden para ver mejor las cosas? «Las 1001 películas que tienes que ver antes de morir de aburrimiento», «Las 85 películas favoritas de tu vecina del 4º» o «10 películas interminables para parados de larga duración» son fantásticos títulos para que una entrada de blog tenga más visitas en un día que la piscina municipal de Huesca una tarde de verano. La estrategia es buena, pero puede resultar cansina a la corta y generar lo contrario: en vez de efecto llamada, efecto rechazo no deseado.

Te has pasado de lista con tanta lista, listilla

Sea por lo que sea, todos picamos y las leemos quizá para encontrar pruebas de nuestros excelsos conocimientos cinematográficos. Y así nos llenamos de orgullo y satisfacción al comprobar que fuimos de los pocos (junto a algunos individuos de gafas, pelos descuidadamente cuidados y manos nerviosas) en ver «In the mood for love», «Changing express» o «Primavera, verano, otoño, invierno…» cuando se estrenó. De ese modo, nos sentimos cinéfilos avanzados y no simples televidentes que sólo han visto 40 veces «Sonrisas y lágrimas», «Los goonies» o «La jungla de cristal xxx» porque las echan ahora sí y ahora también por la pantalla amiga.

Cuidado con el saltamontes, pequeño, que no hay más en atrezzo

Así que, YO no voy a ser menos y he aquí mi lista de películas en orden inverso porque me va la marcha:
«10 películas para ver en vez de follar»

10. El último tango en París: Marlon Brando gordo y calvo es una versión de Homer Simpson en carne y grasa que solo pone caliente untándote con mantequilla a fuego lento.
9. Mapa de los sonidos de Tokyo: No apta para nipófilos (admiradores de japonesas de pelo largo y mirada indescifrable) y Chaetofóbicos (asquito al vello excesivo en zonas donde no toca). Los brazos de oso pardo de Sergi López abrazando a aquella porcelana china dan dentera, escalofríos y náuseas en el mejor de los casos.
8. Dirty dancing: De dirty sólo tiene el toma-pan-y-moja de Patrick Swayze (Dios lo tenga incorrupto en toda su gloria), porque la sosa de la chavala no pone a nadie ni aun echándole voluntad, sandías y melones por los rincones.
7. Vivir sin aliento: Un Richard Gere, jovencísimo y sensible, hace de delincuente que se deja matar a tiro limpio por una francesa sosísima con bigote y tetas de virgen recién desflorada. Soft-sex de los 80.
6. Con el fuego en el cuerpo: Se supone que una Kathleen Turner mala, sexy y sudorosa corrompe a polvazos al pelanas y pelado de William Hurt. Todo con un punto tan falso que hasta el calor ambiental parece artificial.
5. El imperio de los sentidos: Una geisha salida tiene más peligro que una estampida de elefantes en un concierto de U2. Que te corten la polla casi es lo mejor que te puede pasar…
4. 9 semanas y media: Qué putada te ha hecho la vida, amigo Mickey. Atrás quedó aquel hombre de aire newyorkino y sex-appel metropolitano intacto frente a una Kim Bassinger más tímida que cretina, estupendísima en combinación de seda blanca al trasluz y enrollada a tope con el cable del teléfono de la cocina.
3. Instinto básico: Un andrógino cruce de piernas que le valió un cunilingus a Sharon Stone y provocó que Michael Douglas, picahielos en mano, entrara de cabeza en una clínica para adictos al sexo con lo puesto.
2. Eyes with shut: Esa Nicole Kidman en tacones de aguja con sus rizos graciosamente reflejados en el espejo mientras un Tom Cruise que no le llega al hombro se va de orgía de antifaces, patrocinada por Fidelio de Beethoven.
1. Una habitación en Roma: No verla jamás cerca de un hombre que no te guste, porque no podrás hacer absolutamente nada para impedir que te meta mano. Las tetas de la Anaya y el cuerpazo de la rusa desencadenan corridas espontáneas sin previo aviso.

¡¡Al agua, patas!! ¡¡Y patas arriba!!

Quizá el amor a las listas prueba que estamos estigmatizados por una alienante escolarización que nos sometía a oír a diario y uno a uno los nombres de toda clase de cazurros. Pero, curiosamente en lugar de aborrecer el orden de lista, la lista le dio sentido social a nuestros nombres y ya no podemos deshacernos de ese condicionamiento educacional. Somos listas y en listas nos convertiremos.

¿Me dices tu nombre y lo pongo en la lista? Es para salvarte el pellejo, so pellejo

Crítica de cine: «Lo mejor de Eva» ¡tiene huevos!

Me la contaron y no daba crédito. Pero vamos a ver, esta peli ¿qué es? ¿Un thriller pateticótico? ¿Cine negro en colores? ¿Soft porno de dos buenorros? ¿Dramón familiar de no llorar? Creo que lo mejor de la película es la pistola…

Las verdades por delante, como la tetas de Leonor Watling. Está clarísimo que esta mujer es una belleza y una actriz muy fotogénica (su culo en los «Crímenes de Oxford» con delantal por delante y nada por detrás es lo único que le da interés a aquel bodrío con Frodo de gafas); y su compañero de reparto, otro que tal baila con una recua de fans capaces de llenar a mamporros estadios de fútbol sólo por verle un pelillo de la barba. Pero, ¿son suficientes dos sex symbols para sostener y financiar una película?

¿Quién está más bueno, tú o yo? ¿Yo o tú? ¿Tú o tú? ¿Yo o yo? Ay, mee too...

Como me estoy especializando en reproducir mentalmente las películas que me cuentan, me doy cuenta de lo verde que están algunos argumentos, que se caen de las ramas de la lógica por su propio peso. Y este además, viene con un trauma de infancia que es un «macguffin» en toda regla de Hitchcock.

¡¡SPOILERRR, YA!!

– ¿Has visto «Lo mejor de Eva»?
– ¿La de la Watling y el Duque? No, ni ganas.
-¿Te la cuento?
– Ya estás tardando.
– Ella es una jueza que lleva un caso de asesinato de una prostituta eslava, que ha matado un empresario corrupto.
– ¿Y el guaperas?
– Es un gigoló que se planta de repente en su casa bajo la lluvia.
– Umm, qué imagen tan refrescante… Y patapum, polvo sobre mojado.
– No, aún no: pica a la puerta de su superurbanización con cámaras de seguridad, verjas y de todo, y le pide que le baje una toalla.
– Mujer, es lo típico que se dice para entablar conversación: ¿Vienes mucho por aquí? ¿Tienes fuego? ¿Me dejas una toalla?

Yo voy en moto como una moto

– Pues funcionó: le soltó «eres muy valiente» y la quedó encoñadísima.
– ¡¡Y quién no!! A mí me llega un macizo en moto hasta la puerta de mi casa y pienso que o estoy soñando o estoy pagando.
– Pero él es de los malos: sólo quiere darle información, fotos y pruebas falsas sobre el caso que está llevando para liarla y que deje libre al empresario.
– Porque es culpable y el macizo trabaja para él.
– Exacto, pero Leonor convence a la mujer del empresario, que lo sabe todo, para que declare contra su marido y condenarlo.
– Muy bien Leonor, poniendo en peligro a la pobre señora.
– Tal cual: la mata el gigoló que es un mercenario, un asesino, un follador.
– Eso, eso, al lío. Cama pa’ quí, cama pa’ llá…
– No tanta, porque la Watling tiene un trauma de infancia del que habla durante toda la película.
– Oooyyy, cuenta, cuenta.

Tengo muchos traumas, ¿no se me nota en la cara?

– Su padre es un cabrón, que está muriéndose en un hospital, y de pequeña la tenía recluida en casa por eso es tan solitaria y asocial. Y además la hacía jugar con juguetes de niño…
– Uuuuyyy, qué trauma más grande: le cambiaron la Barbie por un Madelman y no la dejaban salir a jugar con sus amiguitos. Pues no te quiero contar como estaría si la hubiera dado la comunión vestida de marinerito mientras le daba por el orto con un Mr. Potato…
– ¡Qué bestia! Pero de eso nada. De hecho, tiene una hermana pequeña que es de lo más normal. El padre es el bicho raro: tiene incluso una pistola guardada en casa que ellas encuentran haciendo limpieza para vender el piso.
– La pistola de papa… qué freudiano.
– Pues le va a venir muy bien cuando ella deja el caso, el empresario sale libre, y rompe con el gigoló.
– Encima de loca, tonta.
– Tonta, loca y corredora, como Forrest Gump: sale todas las noches a correr ella solita con su traumita…

No lo entendéis: lo que hago es seguir la pista.

– ¡Qué pesados con el falso trauma!
– Todo eso para llegar al gran final.
– El asesino es el mayordomo, que en realidad es Glenn Close… Ay, no esa es otra peli.
– Te cuento: la Watling queda con el duque-gigoló en un hotel, y cuando parece que va a haber tema, ella saca la pistola de papá y le pega un tiro en los huevos.
– Toma, una mujer de armas tomar.
– Esa es la verdad de Eva: que tiene huevos para volar los huevos.

Con lo bueno que estoy, no sé cómo tienes huevos para castrarme, so zorra

Quizá habría que replantearse esos guiones pseudo-psicológicoas sacados de los telefilms de sobremesa de fin de semana, y dejarse de argumentos chorras. ¿Que queremos que una tía le vuele el paquete a un follador? Pues empecemos por ahí como Tarantino y seguro que sale algo mucho más interesante, fresco y arriesgado, que estas tramas superficiales que a estas alturas no se las creen ni los monos de Gibraltar.

The artist, ¿te ha comido la lengua el perro?

Hablar, ¿para qué? El que quiera palabras que ponga la tele. Al cine le sobra la verborrea, no la necesita. Por algo se grita ¡acción! no ¡locución! En The artist todo está a la vista y no hay nada que decir. Basta con mirar y… ladrar.

No me gusta el cine mudo: esas imágenes frenéticas con clowns pasados de vueltas machacándose a tartazo limpio a ritmo de rag-time me desquician. Pero este cine mudo es posmoderno, chic y tan francés como el Brie, el Chanel nº 5 y la torre Eiffel. Aunque han tardado más de 100 años desde que los Lumière inventaran el cinematógrafo, los irreductibles galos han demostrado con esta película su «savoir faire» en el 7º arte, verbo aparte.

Los Ricola los inventaron los suizos, pero ¿quién invento el cine, ehh? Pues los franceses, ¡mon dieu!

The artist es un clásico en blanco y negro de hoy en día que ya les hubiera gustado protagonizar en sus años mozos a los añejos Clark Gable, Errol Flinn o Douglas Fairbanks jr. Aunque el parecido con esos actores es más que razonable, la frente despejada, los ojillos risueños y la sonrisa franca del actor protagonista es un clón (no un clown) del pizpireto danzarín, Gene Kelly.

Soy Gene Kelly, pero me pones el bigotito de Rodolfo Valentino y tienes al francés ese que me imita tan bien...

Singin’ in the rain se nota, se siente y está presente en el ambiente: números musicales de claqué, el histrionismo interpretativo del cine mudo, el ascenso de nuevos talentos gracias al sonoro y el ocaso de antiguas estrellas que se quedaron mudas… En definitiva, The artist mete bien metidos un buen número de detalles, guiños y homenajes a esa obra maestra del cine musical fáciles de reconocer a simple vista.

No sé si subo o si bajo. Esas luces de candilejas me confunden...

Bien es cierto, que el actor protagonista tiene suficiente arte para llevarse de largo un Oscar, una concha y un león, pero la palma es para el perro. Todo un animal de la interpretación, interviene en casi todas las escenas (algunas con excelentes líneas de ladridos) y tiene más diálogo que ningún otro compañero de reparto. Con semejante papelón, no es de extrañar que vaya por ahí tan subidito.

Soy Uggie, el verdadero artista: miro al pajarito, llevo pajarita y no hay quién me ladre...

Como esta peli me dejó sin palabras (los 8€ mejor gastados en una butaca numerada), no diré ni mu sobre el argumento. Sólo contaré unas cuantas imágenes y que cada uno se monte su escena:

– Un vaso de whisky suena al dejarlo encima de una mesa.

– Un actor famoso mira a una actriz principiante y olvida su papel.

– Un actor en declive baja una escalera que sube una actriz en alza.

– Una sombra va por libre en la pantalla.

– Un perro rescata a su amo entre celuloides quemados.

– Un número de claqué rescata una carrera perdida.

FIN

Y colorín, colorado, que nos quiten lo bailao...

No hay mucho que contar pero sí mucho, mucho que ver. Porque cuando las palabras no cuentan, cuenta todo lo demás y eso es lo único a tener en cuenta en una buena película.

Crítica de cine: «Drive», rubio al volante peligro constante

Una peli con un rubiales conduciendo un coche tuneado, una vecinita indefensa con niñito dulce y unos malos malosos, promete. Si además hay accidentes aparatosos, asesinatos atroces y robos adrenalínicos, éxito de taquilla. Pero, ojo, porque quizá este coche no va sobre ruedas…

Las persecuciones son puro cine de acción: cochazos a toda pastilla saltándose los semáforos y conducidos por buenorros que nunca te cruzarías por la calle, capaces de salvar a la chica con una mano y rematar al malote con la otra. Ese papelón le va a este actor como un guante al volante. Ryan Gosling es un chavalote que, aunque hizo sus pinitos en la factoría Walt Disney, se ha pasado al lado «Wild Disney» de la fuerza bruta en esta película, con escenas de violencia desproporcionada difíciles de justificar y de dudosa credibilidad. Puede que la culpa de este tipo de argumentos salidos de madre sea de Tarantino, quien organizando matanzas es un dios salvaje al que le rezan los recién licenciados en cine mientras el mundo entero ríe con él.

Mira lo que me ha puesto en la pierna Tarantino. ¡Me meo toa de lao como una perra!

Puede que esta historia huela a Oscars, pero a mí me huele a chamusquina y goma quemada. Y como no estoy para dar trompos con mis escasos euros, prefiero que me cuenten la película a que cuenten mi dinero en taquilla. Para eso está mi amiga Anna, que como tiene trabajo a media jornada puede ir al cine dos veces al mes y contarme lo que ve. Ahí va una crítica de oído al más puro estilo «así me lo contaron».

¡¡SPOILERS A PIÑÓN!!
No sigas leyendo si no quieres que te destripemos (literalmente) la película, que arranca mejor que un Ferrari. El rubiales espera al volante de un coche a que dos ladrones con pasamontañas atraquen un almacén; mientras, escucha la frecuencia de la policía por un walkie y un partido de baseball por la radio. Al subir los ladrones al coche, se monta una persecución de tira y afloja por las calles de L.A. de noche dando esquinazo a la policía por tierra y aire. Cuando parece que casi los tienen, el guaperas mete el coche en el parking de un estadio de baseball justo cuando acaba el partido, y sale con una gorra camuflado entre el público.

– Guapo y listo. Me gusta.
– Y silencioso como un autista. El pivón perfecto, si no fuera por el palillo en la boca y la chupa brillante con un escorpión amarillo, que no se quita ni para dormir.
– Nadie es perfecto, aunque este lo parece.
– Tiene un don con los coches, por eso no sólo conduce para ladrones, es especialista de cine.
– Halaaa, venga ya, a lo Death proof pero en joven y sobradamente dotado.

Yo también estoy superdotado, pregúntale a Goldie: fui yo quien la dejé rubia.

– También trabaja en un taller mecánico. Su jefe es el típico bocazas buena persona que tiene un mecenas de la mafia al que convence para financiarle carreras amateur.
– Entonces tenemos a un mafioso, un conductor superdotado y un mecánico que lo apadrina, ¿no hay chica de la película?
– La vecinita rubia y encantadora, madre de un niño morenazo que se llama Benicio…
– ¡¡No me jodas!! Benicio del torito guapo, hijo de un latino traficante de coca.
– De un ladrón de poca monta que está en la cárcel.
– Al menos el rubio tiene terreno libre para cepillarse a la madre.
– Ojalá, pero sólo se la lleva de paseo en coche por sitios de lo más cutre.
– ¿A un desguace?
– ¡Peor! Van a tirar piedras a un riachuelo contaminadísimo al lado de donde hacían las carreras de Grease
– ¡Qué casualidad! Travolta también era mecánico y conducía de muerte…
– Pero la música era más divertida: aquí está más edulcorada que en una rave de azúcar glas.

Yo no llevo palillo, llevo un pitillo. Y mi chupa es de borrego auténtico, ¡borrego!

– ¿Y cuál es la historia? ¿Mueren todos de aburrimiento en el coche?
– El marido de la vecinita sale de la cárcel, pero le debe pasta a unos macarras que le pegan una paliza delante del niño Benicio, al que acojonan dándole una bala para que la guarde como aviso para su padre.
– Y el rubito se mete en el fregao, rollo caballero rampante.
– Tal cual. Le hace de conductor al padre y a su gancho, la pelirroja de Mad Men -no veas que papelón-, para atracar una tienda de empeños en medio de la carretera.
– Y acaba como el rosario de la Aurora.
– Pues sí. El tipo de la tienda acribilla al padre antes de que llegue al coche. La pelirroja coge la bolsa con la pasta y salen follados…
– No me digas más. Carretera, polvo y polvazo.
– Polvazo, ni olerlo. Les persiguen los que contrataron al marido muerto en un coche con cristales ahumados, aunque les dan esquinazo y se esconden en un motel.
– Y polvazo…
– Ná de ná. La pelirroja avisa a sus jefes y cuando el rubito lo descubre ya es tarde: a ella le vuelan la cabeza en el baño y él se los carga con la barra de la cortina de la ducha.
– Tomaaaaa, pedazo de superhéroe americano que mata a mano.

De secretaria explosiva a explotada golfilla. Antes muerta que sencilla...

– Y se complica la cosa. El mafioso que mató al marido es socio del mafioso que le financia las carreras al mecánico.
– Mejor malo conocido que malo por conocer. Así todo queda en casa.
– En el ascensor de casa, para ser exactos. No veas qué escena sado-romántica en el «elevator» entre mafioso con pistola, rubito y vecinita. Rubio ve pistola, aparta suavemente a vecinita a la que mete un morreo de 29 segundos a cámara lenta. Acto seguido le revienta la cabeza al mafioso a taconazo limpio.
– Pero, ¿qué coño hacía el mafioso mientras ellos se besaban? ¿Las uñas, una paja, limpiar la pistola?
– Se supone que no le dio tiempo a desenfundar.
– ¡¡Vaya matón más matao!!

Es que ya nadie hace mafiosos como los de Martin Scorsese: sádicos, elegantes y con un código de mala conducta impecable. Estos son una mafia de pega. Según me dijo Anna, el más peligroso es el actor feo y jorobado de «El nombre de la rosa», que mete miedo al verlo. Tiene un restaurante italiano a las afueras, que debería ser un búnker inexpugnable de gánsters, pero el rubito llega hasta la misma puerta sin que nadie le metan un tiro en toda la calva.

– ¿Cómo que en la calva? ¿Ya le han dado pal pelo al tío bueno?
– Otra escena para enmarcar: se pone una máscara que roba del camerino de los especialistas y pega las narices en la puerta de la pizzería, mientras dentro están todos a su bola.
– A ver si era la máscara de El hombre invisible
– Momentazo con iluminación celestial y música tecno de «soy un tío guay».
– ¡Es un Hare Krishna exterminador!… Hare, hare, bang, bang…

No soy calvo ni mudo, pero te puedo hacer un calvo sin mediar palabra

– No lleva pistola, mata a lo bestia. Al mafioso feo, lo saca de la carretera con el coche y luego lo ahoga en el mar.
– Qué salado. Pero le queda el otro socio, el mecenas de las carreras…
– Ese mata al mecánico de un tajazo en el brazo y lo deja desangrándose en el garaje. El rubio lo encuentra, coge el dinero y queda con el mafioso para comer…
– No me lo digas: en un italiano.
– En un chino…
– Lleno de primos napolitanos en plan guardia pretoriana que acribillan al rubito con los palillos.
– Para nada. Están los dos solos y acaban apuñalándose mutuamente en el parking del restaurante a plena luz del día…
– ¡Venga ya! ¿Dónde se ha visto a un mafioso italiano sin familia de matones? Nadie queda solo con un tipejo que se ha cargado a la mitad de tu banda… ¡Absurdo!
– Y no te lo pierdas: el rubito deja la pasta al lado del cadáver y se va en el coche herido de muerte con la cazadora hecha un trapo.
– Sin chica, sin dinero y palmando. ¡Un pringao!
– Y así acaba: conduciendo de noche y fin.
– Pues tía, que dicen que es la mejor película del año.
– La gente es muy generosa…

Con mi chupa de Scorpions no te metas, que te meto con el Sting.

Los héroes americanos ya no son lo que eran. Eso de no cambiarse de ropa en todo el día (como han quitado todas las cabinas de teléfono, ahora es más complicado), mordisquear palillos de dientes que dejas detrás de la oreja y matar a patada sucia al personal resta muchos puntos. Ya lo decía Tina Turner y con razón: «We don’t need another hero» sobre todo si es un héroe de chichinabo, por mucho que su nabo sea polvo de estrella de Hollywood. No es suficiente con un pedazo de hombre para salvar una película, y menos para salvar al mundo. Para eso están los héroes inmortales, aunque he oído que esa es otra película.

Crítica de cine: «Un método peligroso», de locos

A priori una peli con Viggo Mortensen haciendo de Freud madurito, Keira Knightley de señorita «belle époque» y un joven Jung de enormes ojos azules, promete. Pero hay que oírla para no verla, pues con una crítica de oído te ahorras unos cuantos cuartos.

Y mira que el maridaje «Mortenssen-Cronenberg» ha dado jugosos frutos. En Promesas del Este, Viggo se sale con todo su vigor y en Una historia de violencia, el polvazo en la escalera da un cierto lumbago pero está tan bien lubricado que no hay dolor. Si a estos dos se les suma el guionista Christopher Hampton, experto en adaptar obras de teatro al cine como la maravilla que hizo con el texto original de Las amistades peligrosas (novelón epistolar, todo un fajo de cartas rococó), el éxito debería estar más que garantizado.

Yo sí que tengo peligro, y no ese tal Freud...

Pero yo piqué y pagué el pato laqueado con esta película histérico-modernista salpicada de gritos y teorías de psicoanálisis que no acabé de entender. Quizá soy una corta mental pero me dejó más bien fría esa especie de triángulo amoroso inexistente entre «médico joven-paciente impaciente-médico viejo» que no se coge por ningún lado. Así se lo conté a mi amiga Anna para quitarle las ganas de verla…

¡¡CUIDADO… ENTRAN LOS SPOILERS RODANDO!!

Menos gritos, Milagritos, que estoy de los nervios

– Lo primero que ves es a Kiera pegada al cristal de un carruaje gritando como una endemoniada en medio de una paisaje a lo Heidi.
– ¿Dónde la llevan, a casa del abuelito?
– A una casa de reposo dejada de la mano de Dios. Allí la sedan, le ponen un primoroso vestidito blanco y tiene su primera sesión con su psiquiatra, Carl Jung de joven.
– Al menos el psiquiatra era bueno.
– Y un bellezón de hombre que se topa con esta joven rusa, judía y burguesa que está como una maraca.
– Kiera haciendo de loca tiene que estar…
– Para matarla. Se saca de la manga de encaje una colección de tics nerviosos que si la viera Stanislavsky le da con su método en toda la cara.
– Ay, qué risa. La Natalie Portman de pacotilla esa, con sus labios de Martini.
– Y parece que se haya bebido 15. Actúa como un híbrido del cucú de Jack Nicholson con can-can y del paralítico cerebral de Robert de Niro en Despertares, pero como si le estuvieran metiendo un paraguas abierto por el culo.

Ayyyy, quítameloooo, quítame el paraguas de ahíii

– Ja, ja, ja, pero no me digas que Viggo también está mal, que me rompes.
– Ay, veo Vigo, veo Cangas, también veo Redondela… Le han puesto lentillas para oscurecerle los ojos a lo Freud y sin sus ojos azules no es nadie.
– Y además nariz de patata, qué faena.

Con lo guapo que yo estaba de Aragorn y me meto en este tostón

– Yo no sé cómo sería Freud, aparte de obseso sexual, pero aquí lo dejan como un pequeño burgués cargado de hijos, envidioso del éxito ajeno y un engreído insufrible que le retiró la palabra al pobre de Jung, que era su discípulo más aventajado.
– El síndrome del maestro superado por el alumno.
– En todos los sentidos: Jung se forró por su braguetazo con una rubia guapísima de moño, que le adora y le regala una casa con jardín, un barquito velero e hijos sanos.
– Anda, que era tonto Jung.
– Y vidente de ruidos. Predice cuándo van a sonar las tuberías de la calefacción. Lo hizo en casa de Freud, que se le quedó mirando como si fuera la bruja Lola contando cuentos a chinos.
– ¿Y eso?
– Freud despreciaba lo sobrenatural. Lo que quiere es que Jung aplique a la rusa sus métodos de psicoanálisis.

Déjate de té y ponte con los cables de tu Electra.

– ¿Y la cura de su locura?
– Parece que sí. Aunque con el método alternativo del cepillo… Tú te curas, si yo te cepillo. Literalmente: ella tiene un orgasmo solo con ver a Jung sacudiéndole el polvo a su abrigo.
– ¿El polvo a su abrigo? Eso habría que analizarlo…
– La chiquilla tiene un trauma de infancia. Su padre la molía a palos pero ella mojaba las polainas de gusto en su cuarto oscuro.
– Y ahora viene Carl y le mete.
– Y somete: la desvirga entre somanta y somanta zurrándole la badana con el cinturón, mientras ella a cuatro patas se mira en el espejo, toda cachonda de sí misma. Se supone que es una escena super-morbosa pero a mí me pone más la doma andaluza.

Soy sexy de pura sangre. Por mis venas sólo corre Chanel nº 5.

– Y la mujer de Jung con unos cuernos que le salen por el moño…
– Pero consigue que Jung deje a la loca sin despeinarse, como toda una señora.
– Para desmelenada ya está la otra…
– Uff, no veas. Se va a ver a Jung y le mete un sajazo en toda la cara con un abrecartas y por despecho le escribe a Freud contándole todo el lío.
– Ya veo a Freud frotándose las manos.
– Más bien lavándoselas. Pasa olímpicamente del tema, aunque le deja caer a Jung que lo sabe todo mientras pasean en barquito por el lago.
– Qué romántico. Tendrían que haber hecho un trío.
– ¡Seguro! Para mí que Freud lo que quería era meterle todo el Ello por el Superego a Jung.
– Habría sido mucho más interesante.
– Ya te digo. Viendo esta peli tienes la sensación de que los primeros psicoanalistas se metieron en esto para follar. También sale Vincent Cassel como otro alumno neurótico de Freud, que sólo piensa en pasarse por la piedra filosofal a todas las pacientes que le caen cerca.
– Entonces está claro: el peligro del método es que te den por todos lados con el psicoanálisis.
– De la zona anal a la oral, y mirando a Murcia…

Soy psicoanalista, así que ya sabes: bájate las bragas

Con tanta perversión, terminaron todos para el arrastre: Cassel muerto de hambre en París, Kiera fusilada en una sinagoga por los nazis, Freud -de tanto fumar puros- murió de cáncer en Londres y aunque Jung les sobrevivió a todos, tuvo unas premoniciones apocalípticas de la 1ª Guerra Mundial que lo dejaron medio lelo. Y colorín, colorado, este método se ha acabado.

Crítica de cine: La piel que habito ¿es la piel del pito?

Creo que he encontrado mi auténtica vocación: crítica de cine de oído. Me encanta ver películas con los ojos de terceros, criticando lo que no sé, sacando conclusiones vanas, prejuiciosas e infundadas. Vamos, como muchos críticos. Y yo no voy a ser menos, ¡faltaría más!

Como no tengo un euro, ya hace meses que no voy al cine y me conformo con lo que mis amigos me cuentan… Y lo mejor que he oído últimamente es «La piel que habito» de Almodóvar.
Hace ya mucho tiempo (desde «Mujeres») que no siento nada con su cine, y eso que fue mi ídolo de juventud como para la mayoría de las mujeres de mi generación, las que a finales de los 80 soñábamos con ser libertarias y caminar por el lado salvaje de la vida.

Yo soy libertaria, tú eres una guarra, y ella una cutre-lux. Vaya tres churris

Y aquel Pedro, el don nadie emigrante con el don de la palabra propia y extraña, tenía un oído muy fino para captar conversaciones ajenas en metros, bares y bambalinas. Pero como decía Neruda, «nosotros los del entonces ya no somos los mismos» y ahora, sentado cómodamente en el Olimpo de los dioses rodeado de sus musas cotidianas y de otros dioses afines, Almodóvar ha perdido el oído, la vista y el sentido de la realidad.

Pero, ¿yo no iba a ser mamá de un Lucifer muy puto? ¿Acaso lo aborté?

Ya no pago por ver Almodóvar desde «Volver», que tampoco me gustó: me pareció un refrito de Todo sobre mi madre, ¿Qué hecho yo para merecer esto? y Mujeres al borde del bla-bla-bla. Así que, carcomida de curiosidad, le pedí a mi amiga Anna que me contara «La piel que habito». Aunque al principio se mostró reacia (el spoiler está muy mal visto socialmente), tanto insistí que entró al trapo y empezó a sacar los trapos sucios de la peli, para regocijo de ambas.

¿No vas a venir a vernos? Mujer, no seas así...

Si alguien no la ha visto y quiere verla, este es el momento de DEJAR DE LEER.
Anna me contó que Antonio Banderas era un cirujano plástico, especialista en problemas epidérmicos y una eminencia en su materia. Antonio tenía una hija algo desequilibradilla, que un día de fiesta y medio borracha conoció a un chaval, que trabajaba en la tienda de su madre (El que tenga tienda que la atienda y sino que la venda). La cuestión es que el chaval y la hija de Antonio se pusieron a tontear y acabaron revolcándose por el campito verde rematando la faena en un coito no consentido, es decir una violación a los ojos de ella, un «no sé qué ha pasado aquí» a los ojos de él.

Tengo las manos limpias de polvo y paja... Ja!

Personalmente, estas truculencias sexuales de la España negra a lo «cañas y barro», no me interesan en absoluto. Así que en ese punto ya empecé a resoplar…

– Esperaaa, espera que esto no es nada (me dijo Anna).

Y siguió con el relato. En este punto, Banderas al ver a su hija como los looney toons, decide vengarse del chaval/violador, ante la oposición de su ama de llaves que intenta hacerle recapacitar. Un ama de llaves, que no es otra que su madre (si Sófocles levantara la cabeza, moriría de un sofocón)…

– ¿Cómooo? ¿A lo Rebeca de Hitchcock con complejo de Edipo? (dije).
– Y no te lo pierdas: es Marisa Paredes, metida ahí con calzador (dijo Anna).

Hombre, Pedro, no es muy bonito poner a Marisa Paredes en ese papelón de viejorra echada a perder, después de lo divina que estaba en La flor de mi secreto.

¿Soy el ama de llaves remuerta de "Los otros" o una mendiga de "Viridiana"?

A estas alturas tenemos un padre-cirujano-vengativo, una madre-abuela-ama de llaves, una hija-trastornada-violada y un dependiente-violador-que lo flipa y al que Banderas secuestra, lo mete en un sótano atado como un perro, y un buen día lo sube a una habitación donde ha montado un quirófano y lo opera. Pero no una operación de padrastro, ni de uñero… No.
De la hija violada, ya no se sabe nada más (o yo no me enteré), pero sí de su madre: Elena Anaya es la señora de Banderas, que se pasa el día en mono de andar por casa y máscara de silicona, amenazando a diestro y siniestro con cuchillos de caza.

¿Pero qué me has hecho, hijo puta? Te voy a hacer la circuncisión mientras duermes

– Pero, ¿qué le pasa a la Anaya? ¿No quiere a Banderas porque es un sádico del bisturí?
– No lo sabes tú bien. El chaval violador es Elena Anaya…
– ¿Cómooo?

Por flash-back se ve que la bella Elena casquivana le ponía los cuernos a su marido con un brasileño made in Cambados, más gallego que el pulpo a feira, ataviado con un tanga de leopardo con la cola del marsupilami. Banderas la pilla en pleno coito a dos tangas con el gallego de Copacabana y ella huye en coche. Pero se pega un piñazo con voltereta lateral y el coche arde enterito con ella dentro. Sobrevive pero hecha un churrasco al chimichurri. Banderas con complejo de Pigmalion la somete a tropecientas mil operaciones para regenerarle la piel aunque sin mucho éxito. En un momento dado, Anaya se ve reflejada en la ventana de su cuarto y al verse tan adefesia, se defenestra cayendo de cabeza al jardín y muriendo espatarrada delante de su hijita. Banderas nunca superó esa pérdida, perdidamente enamorado, y convierte al chaval violador en su mujer muerta.

– Ja, ja, jaaaa… Pero qué trama más surrealista (dije).
– Tú imagínate qué papelón: Banderas se folla a una tía que en realidad es un tío, pero idéntico a su mujer que se follaba a un brasileño.
– En realidad, Banderas es gay y no lo quiere reconocer… ¿Y cómo acaba? ¿Tiene un hijo con el dependiente-Anaya para que coma palomitas con su hija loquita?
– El chico-Anaya se escapa y va a la tienda de su madre, que no lo reconoce, y le pregunta: «¿Qué desea?». Y él le contesta: «Soy Vicente».
– ¿Y?
– Y se acaba la película.
– Jo, jo, jooo, pero qué patillero, por favor. Eso no tiene ni pies ni cabeza.
– Ya te dije es «la piel del pito»…
– … de Vicente. Mira lo qué hago con tu pellejo: unas buenas tetas y dos trompas de Falopio.

Bajamos la calle descojonándonos y pensando en hacernos una camiseta con la frase «Soy Vicente» en forma de tetas por delante y por detrás «La piel del pito» y un pollón pelado como una banana.
Qué buen momento, creo que si hubiera visto la peli no me habría divertido tanto ni hubiera tenido una visión tan personal de la historia. Quizá Almodóvar siga siendo un maestro del humor, de un humor desviado y desfocalizado, pero humor al fin y al cabo.