Todos los hombres son iguales. ¡MENTIRA! Son todos unos cabrones. HABERLOS HAILOS, pero aprende a reconocerlos y escapa, guapa. Todos quieren lo mismo. ¡SÍ, QUE LES AMEN!
Soy tan Misancrítica como Androafectiva. La energía masculina me fascina y la necesito no sólo como heterosexual raboréxica que soy, sino por lo que los hombres han sido, son y serán en mi vida: los mejores guías y compañeros de camino. Empezando por mi abuelo materno, César Fernández Cortés, amante de los libros y de los periódicos que leía a diario, me inculcó la afición a la lectura, a consultar el diccionario cuando no entendía una palabra y a apreciar todos los detalles de su enciclopedia de la Historia del Arte, que me valió un sobresaliente en COU y el amor de mi profe de arte. Pero tiré por las letras, quizá por influencia de otro profesor (Zabal), que intentó sutilmente animarme a escribir cuando yo no estaba ni de lejos preparada para exponerme. Sin embargo consiguió plantar la semilla.
Pero aunque el arte y la literatura han marcado parte de mi vida, mi única constante vital desde la infantil es la MÚSICA. Bailaba antes de andar y hablaba cantando como un loro. En materia de ritmo y armonías se lo debo todo a mi tío materno, Carlos F. Lastres. Un tipo con oído absoluto, toca el piano sin tener ni idea de solfeo, la guitarra con un método propio de escalas y la batería con un compás completamente suyo curradísimo a base de décadas de práctica, que como dice el refrán, hace al maestro.
Corre una leyenda familiar sobre la precocidad de su talento. A finales de los años 40, mi familia vivía en Monforte de Lemos, donde mi abuelo era director de una sucursal de banco. Estaban instalados en una casa grande con jardín y azotea frente al único cine de la ciudad. Mi tío -que tenía unos cinco años- conocía perfectamente los horarios de cada sesión cinematográfica y se preparaba para el momento: con dos escobillas de váter sobre una banqueta de hule acompañaba las bandas sonoras de las películas con la seriedad de un baterista profesional.
Estas enriquecedoras influencias masculinas desde la infancia han marcado mi preferencia por el sexo fuerte importándome más bien una mierda su inclinación sexual. Es la energía masculina, ejecutiva y proactiva (que pueden tener tanto mujeres como gays y de la que carecen algunos machirulos), la que determina la forma de ver la vida y actuar. Para mí es mucho más importante lo que se hace con el cerebro que con los genitales. Me interesan poco o nada los hombres comunes (no como Ricardo Darín, un hombre común muy poco común), incapaces de crear o producir alguna forma de belleza.
Es por eso, que la mayoría de mis amigos tienen algo en común: creatividad y sensibilidad. Artistas, escritores, poetas, músicos, bailaores, guionistas, ilustradores, cómicos, psicólogos y geeks forman parte de mis amistades más íntimas, son mis sospechosos habituales.
Dejando a un lado el aspecto físico (me gustan los tíos buenos, qué le voy a hacer), he sido seducida y cautivada en más de una ocasión por tipos tirando a feos pero con una cualidad excepcional y rarísima: el SENTIDO DEL HUMOR. Esa predisposición natural para entender la realidad desde el absurdo, de medir la vida por el lado liviano de la balanza y la soberbia capacidad de «hacer el payaso» revela inteligencia, reflejos, recursos psicológicos y sociales. Es un rasgo de espontaneidad física y mental, un dominio intuitivo del tiempo y el espacio para generar climas de distensión, y una admirable capacidad para quitarle hierro al ego. Sólo un hombre que sabe reírse de sí mismo y por contagio hacer reír a los demás, es un auténtico varón, sea gay, guy o chuky.
He conocido a muchas mujeres con un sentido del humor de Cuponazo, payasas a más no poder con una gestualidad y vis cómica de lágrimas; pero en esto como en todo lo demás, prefiero a los hombres. Me hacen más gracia, no puedo evitarlo. Porque cuando los hombres se desmelenan son hilarantes y delirantes; nadie pierde los papeles mejor que ellos, los neuróticos muestran un punto de histrionismo que roza el humor negro más demencial y brillante. Y ni te cuento si tienen fobias. Ejemplo egregio, Woody Allen.
Porque el sentido del humor y la inteligencia son sexy, eróticos, afrodisíacos. Por desgracia, pocos hombres reúnen estas dos cualidades en grado alto y el grueso de la tropa está plagado de energúmenos, machotes, falsos tipos duros completamente inseguros que necesitan llevar una mujer guapa al lado para exhibirla como trofeo y hacen gala de su dinero/poder porque no pueden hacerlo de verdaderas dones, aunque intangibles. Sobran de esos machos mal paridos a los que nadie les ha parado los pies en seco, A estos tipos hay que cuestionarles los cimientos de sus deleznables y frívolas personalidades y situarlos ante el espejo de su mediocridad. Para muestra, un Donald Trump.
Porque los hombres también tienen sus miedos al fracaso, a no ser suficientemente buenos para todo lo que se les exige (que es mucho y a diario). Para ayudarles, sólo se me ocurre darles altas dosis de sentido del humor, encenderles la luz de la sensibilidad y enseñarles a conducirse con una lógica personal sin fisuras. Hasta el más bestia tiene su corazoncito de paja y el más lerdo, un destello de inteligencia natural que puede hacer de cualquiera un hombre de verdad.