DONDE ANIDA EL ALMA

Dicen que el alma no ocupa lugar, imposible de localizar en parte alguna del cuerpo. 
Sin embargo, yo sé exactamente dónde se aloja la mía. 

El otro día pasé con el Uber (me llevaban, yo no conducía) delante de uno de esos locales de Salud&Bienestar hippie-zen que exhibía un cartel que afirmaba: «Cuidamos tu cuerpo, mente y alma». Puede que te cuiden el cuerpo a machetazos, la mente a carterazos, pero el alma muy pocos saben por donde empezar. Me pareció que hay que tenerlos muy gordos para vender un conocimiento que ni filósofos, neurocientíficos o gurús de pro han logrado determinar.

El campo del alma es un terreno minado y tan desconocido como ese cosmos que planea sobre nuestras cabezas las 24 horas del día. Me atrevo a segurar que el 99,9% de la población desconoce por dónde anda su alma, la que incluso puede haber abandonado su cuerpo por desnutrición, desamparo o falta de riego. Como no quiero pasarme de cínica, vamos a dejar un margen esperanzador de 0,1% de población activa mental, intelectual y espiritualmente que quizá sospeche la localización de sus propias almas que -como las huellas dactilares o la voz- son únicas e irrepetibles y por tanto no tienen por qué residir en los mismos receptáculos orgánicos.

Tuve conciencia del lugar exacto que ocupa mi alma dentro de mi cuerpo-galego-serrano el día que alcancé el pico máximo de dolor emocional, que nunca antes ni después se ha repetido en esta vida loca que llevo.

A muchos les parecerá cosa de meigas. No lo descarto pues es cierto que mi intuición e inconsciente -tanto colectivo como personal- están tan abiertos como mi tercer ojete. Pero al margen de mi propensión a lo sensible, esta experiencia fue totalmente física, sin ápice de espiritualidad o misticismo.

Sucedió la tarde noche del 29 de agosto de 2013. A las 18h en Montevideo (Uruguay) tuvimos que dormir al ser vivo que más me ha querido y al que quise del modo más incondicional que se pueda querer: mi gato Nano. Dos días antes, se sintió muy mal y notamos que no comía y había adelgazado. Tras 48 horas de veterinarios, pruebas y un hospital de urgencias, diagnosticaron que su bazo había reventado y convertido en una masa sanguiñolenta que había invadido todo su abdomen de un modo inoperable. Es decir, se moría. Sólo nos quedó la autanasia, un proceso traumático y desolador que nos dejó el corazón a la intemperie, abandonado a su mala suerte.

Al volver a casa con su cesta vacía y abrir la puerta donde vino a saludarme su ausencia inaceptable, me derrumbé en todos los sentidos. Me metí en la cama con la esperanza de que el llanto me agotase a la par que mi energía, pero mi dolor se intensificó al sentir como sentí que ya no le sentía.

Y entonces sucedió: una punzada agudísima y lacerante me traspasó desde el lateral izquierdo superior del abdomen hasta la espalda y el riñón. Me eché las manos a esa zona y me palpé pensando que me estaba dando un cólico en salva sea la parte, que no es otra que esta: debajo del diafragma, detrás de la parte siniestra del estómago, bajo el lóbulo izquiero del hígado, donde el extremo delgado del páncreas acaricia el bazo.

Cualquier médico sesudo me diría que posiblemente tuve un cólico de gases, flatus terribilis, o que incluso somaticé en mi propio bazo la rotura del de mi gato. Una explicación racional para no admitir lo evidente: mi alma estaba allí y se quejó. No entraré en diatribas sobre la existencia filosófica del alma cuyos misterios se han intentado desentrañar desde el orfismo a Pitágoras, el hinduismo, budismo y religiones de todos los colores y esquinas de este devastado mundo. Simplemente, su existencia se manifestó y es manifiesta desde entonces.

Sé perfectamente que la mente no jugó papel alguno en esta experiencia. Y lo afirmo categóricamente pues soy pensadora precoz y a estas alturas de mi vida cronológica soy capaz de distinguir los sortilegios y estrategias que se manifiestan desde mi pensamiento racional, tanto en juicios de gusto y disgusto como en emociones y procesos de información. Mi cerebro estaba ocupadísimo con la gestión del sistema nervioso, corazón y pulmones que iban a mil por hora, como ocuparse también de mi alma que en ese momento se estaba por emancipar.

Durante años pensé que el dolor por la pérdida de mi gatito me ocasionó tal herida anímica, que el alma se había agrietado como la pared mohosa de una casa vieja, en mi caso irreparable. Por tanto, acepté estoicamente convivir con un alma quebrada, residente de mi cuerpo maduro. Sin embargo, desde que vivo en México he cambiado de idea. Ahora creo firmemente que mi alma no se rompió el 29 de agosto de 2013: mi alma despertó en una catarsis que ocasionó la intensidad de mi agonía. Ahora es feliz en este país como una mariposa monarca en celo. No sé si es esta luz y latitud, los colores, sabores, olores, texturas, voces, ruidos… en fín una orgia interminable de estímulos perceptivos que dejan embotados los sentidos, liberando al alma de tener que pensar y sentir más de la cuenta.

En este punto más de uno pensará que estoy como una maraca de Machín, y que se me fue la pinza a la panza con una pitanza. Pero tengo pruebas irrefutables de la alegría de mi alma: la pintura. Pero de ese tema ya hablaré en otra entrada cuando tenga un momento liberado.

Por de pronto, os animo con ahínco a que os autoexploréis (no explotéis) en busca de vuestra alma, porque os aseguro que por ahí anda. Quizá acurrucadita como un gatito debajo de la nuca, dando patadita a tu bilis entre el hígado y el riñón o entre la ingle y la cadera como una enredadera… ¡pero estar, está!

2 comentarios en “DONDE ANIDA EL ALMA

  1. Algunas cosas tienen que romperse para empezar a funcionar, ¿no? Quizás el alma sea una de esas cosas… Nunca he buscado la mía, perdí mi manual de instrucciones hace mucho tiempo.

    Un placer volver a leerte.

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