La insoportable invisibilidad de Ester

Quien dice Ester, dice Mónica, Carmen, Isabel… Llega un momento en la vida de una mujer en que se vuelve irremediablemente invisible. Es mejor estar avisada para que no te atropelle un autobús, te desvalijen la casa contigo dentro o te abandone tu pareja porque no te puede ver…

Este extraordinario fenómeno nos pasa a todas las mujeres indefectiblemente de los cuarenta en adelante, año arriba o abajo dependiendo del estado de conservación de cada individua. Quedan exentas actrices retocadas, cantantes en el top ten y empresarias con vara de mando. El resto no servimos ni para vestir santos, pues ya no hay Dios que nos mire.

¡¡¡Ven que te pongo un traje de madera, Milana bonita!!!

Yo empecé a percatarme este verano. Como no me puse shorts por la ingle ni pisé la playa por equivocación, estaba tan blanca como un fantasma en Halloween y menos apetecible que un espárrago de Tudela, tan jugosito y tierno él. En consecuencia me volví transparente para mis congéneres y tan insustancial me atravesaban por la calle como a una cortinilla de flecos. No me habían dado tantos codazos desde el último concierto de Siniestro total en el que casi me hunde el esternón un tipejo enloquecido al grito de «Hoy voy a asesinarte, nena, te quiero pero no aguanto más».
Y ahí no acabó mi calvario: en el metro me molieron a pisotones, patadones y empujones como si estuviera metida en una melé de melaza. En las tiendas nadie me atendía, se me colaban hasta los perros, y cuando algún imberbe tropezaba conmigo me soltaba a bocajarro: «Mire por dónde va, señora. No apabulle». ¡¿¿SEÑORA?!! ¡LA MADRE QUE TE PARIÓ (que debe tener mi edad), NIÑATO!

Ni con ser Mrs. Robinson puedo fantasear… Estoy más cerca de ser Ms. Daisy

Ante tal ceguera colectiva e insensibilidad social, a las mujeres que estamos en esta franja de grasa con lorza de menopausia, no nos queda más remedio que hacernos notar, ver y sentir. Para ello recomiendo algunos trucos no demasiado ortodoxos, pero efectivos, para evitar encontronazos innecesarios.

1. Teñirte el pelo de rojo Cresta de gallo peinado a lo Sid Vicious o de azul Pavo real corte Marge Simpson, para tener la certeza que se te ve la cabeza.
2. Variante de la anterior: Vestirte como el payaso de MIColor y -si las piernas te lo permiten- completar el conjunto con unas plataformas vertiginosas e ir pisando fuerte.
3. Vociferar por el móvil en plan megáfono como si estuvieras vendiendo acciones o dando órdenes de fusilamiento.
4. Variante de la anterior: Meterte en las conversaciones ajenas como si fueran de tu colla de amigos o te hubieran pedido consejo. Les costará un buen rato hacer como si no estuvieras…
5. Estornudar, toser y escupir en el autobús y/o metro como una llama en celo. Así mantendrás una distancia prudencial con la humanidad y te evitarás empujones, pisotones y algún que otro tirón (de bolso o pelo, es indiferente).
6. Ir por la calle metiendo codos como si estuvieras defendiendo en zona. Si te pitan personal es que alguna persona te ha visto… ¡Eureka!
6. Variante de la anterior: Clavarle sin piedad las bolsas de la compra en salva las partes blandas a cualquier viandante que te cruces o que se te cruce.
7. Poner el MP3 a todo volumen y cantar a pleno pulmón como si estuvieras en un casting de Tú sí que vales… o no.
8. Comprarte un perro bien grande con mucho pelo, de los que babean como aspersores y tienen alma de falderos. Él hará el trabajo sucio por ti a cambio de caricias, galletitas saladas y un hueso de plástico.
9. Fumar en sitios públicos y cerrados pasando de multas y amonestaciones. Así nadie escapará a tu humo embriagador.
10. Ponerte bótox por toda la cara a lo Carmen de Mairena y hacer vida normal aunque te tengan por una anormal.

¿Te molesta el humo? Pues haz como si no estuviera… ¡Coff, coff!

Si con estos consejos no consigues vencer la invisibilidad, eres un caso perdido a ojos vistas. A mí me están dando resultados, aunque tengo todas los números para llevarme a casa una piña.

No te hagas la lista… de películas

Una moda que se ha puesto de moda: hacer listas recomendándole a la gente las pelis que debe ver. ¿Qué tendrá que ver lo que ven otros con lo que ves tú? El cine es subjetivo y tan sujeto a modas y modismos que a mí me da lo mismo.

¿Será que las listas nos hacen parecer más listos o que necesitamos seguir un orden para ver mejor las cosas? «Las 1001 películas que tienes que ver antes de morir de aburrimiento», «Las 85 películas favoritas de tu vecina del 4º» o «10 películas interminables para parados de larga duración» son fantásticos títulos para que una entrada de blog tenga más visitas en un día que la piscina municipal de Huesca una tarde de verano. La estrategia es buena, pero puede resultar cansina a la corta y generar lo contrario: en vez de efecto llamada, efecto rechazo no deseado.

Te has pasado de lista con tanta lista, listilla

Sea por lo que sea, todos picamos y las leemos quizá para encontrar pruebas de nuestros excelsos conocimientos cinematográficos. Y así nos llenamos de orgullo y satisfacción al comprobar que fuimos de los pocos (junto a algunos individuos de gafas, pelos descuidadamente cuidados y manos nerviosas) en ver «In the mood for love», «Changing express» o «Primavera, verano, otoño, invierno…» cuando se estrenó. De ese modo, nos sentimos cinéfilos avanzados y no simples televidentes que sólo han visto 40 veces «Sonrisas y lágrimas», «Los goonies» o «La jungla de cristal xxx» porque las echan ahora sí y ahora también por la pantalla amiga.

Cuidado con el saltamontes, pequeño, que no hay más en atrezzo

Así que, YO no voy a ser menos y he aquí mi lista de películas en orden inverso porque me va la marcha:
«10 películas para ver en vez de follar»

10. El último tango en París: Marlon Brando gordo y calvo es una versión de Homer Simpson en carne y grasa que solo pone caliente untándote con mantequilla a fuego lento.
9. Mapa de los sonidos de Tokyo: No apta para nipófilos (admiradores de japonesas de pelo largo y mirada indescifrable) y Chaetofóbicos (asquito al vello excesivo en zonas donde no toca). Los brazos de oso pardo de Sergi López abrazando a aquella porcelana china dan dentera, escalofríos y náuseas en el mejor de los casos.
8. Dirty dancing: De dirty sólo tiene el toma-pan-y-moja de Patrick Swayze (Dios lo tenga incorrupto en toda su gloria), porque la sosa de la chavala no pone a nadie ni aun echándole voluntad, sandías y melones por los rincones.
7. Vivir sin aliento: Un Richard Gere, jovencísimo y sensible, hace de delincuente que se deja matar a tiro limpio por una francesa sosísima con bigote y tetas de virgen recién desflorada. Soft-sex de los 80.
6. Con el fuego en el cuerpo: Se supone que una Kathleen Turner mala, sexy y sudorosa corrompe a polvazos al pelanas y pelado de William Hurt. Todo con un punto tan falso que hasta el calor ambiental parece artificial.
5. El imperio de los sentidos: Una geisha salida tiene más peligro que una estampida de elefantes en un concierto de U2. Que te corten la polla casi es lo mejor que te puede pasar…
4. 9 semanas y media: Qué putada te ha hecho la vida, amigo Mickey. Atrás quedó aquel hombre de aire newyorkino y sex-appel metropolitano intacto frente a una Kim Bassinger más tímida que cretina, estupendísima en combinación de seda blanca al trasluz y enrollada a tope con el cable del teléfono de la cocina.
3. Instinto básico: Un andrógino cruce de piernas que le valió un cunilingus a Sharon Stone y provocó que Michael Douglas, picahielos en mano, entrara de cabeza en una clínica para adictos al sexo con lo puesto.
2. Eyes with shut: Esa Nicole Kidman en tacones de aguja con sus rizos graciosamente reflejados en el espejo mientras un Tom Cruise que no le llega al hombro se va de orgía de antifaces, patrocinada por Fidelio de Beethoven.
1. Una habitación en Roma: No verla jamás cerca de un hombre que no te guste, porque no podrás hacer absolutamente nada para impedir que te meta mano. Las tetas de la Anaya y el cuerpazo de la rusa desencadenan corridas espontáneas sin previo aviso.

¡¡Al agua, patas!! ¡¡Y patas arriba!!

Quizá el amor a las listas prueba que estamos estigmatizados por una alienante escolarización que nos sometía a oír a diario y uno a uno los nombres de toda clase de cazurros. Pero, curiosamente en lugar de aborrecer el orden de lista, la lista le dio sentido social a nuestros nombres y ya no podemos deshacernos de ese condicionamiento educacional. Somos listas y en listas nos convertiremos.

¿Me dices tu nombre y lo pongo en la lista? Es para salvarte el pellejo, so pellejo

¿Y si la guiri soy yo?

Salgo a la calle. Hace sol pero yo voy abrigada. Dos guiris me adelantan en vestidillo de tiras y con chanclas, medio quemadas pero encantadas las muy frescas. Yo en cambio pasando calores y desapercibida… ¿Y si la guiri soy yo?

El tiempo está loco y yo con él. A estas alturas andar de verano, no me apetece ni con encaje ni con volantes. Hoy hacía sol y temperatura post-estival, pero como corría una brisa afilada y el cielo estaba medio nublado, vi la oportunidad de hacer cambio de armario despreciando por completo los elementos veraniegos. Así que saqué desenfundé un abriguito fino de entretiempo, me puse medias negras poco tupidas y una bota blanca de temporada.

Me gusta pasar calor en invierno y en verano... Qué brasa que me abrasa

Salgo a la calle, encantada con mi atuendo otoño-invierno elegante y apropiado para el mes de octubre. Al dar la vuelta a la esquina me cruzo con un par de guiris, rubias como la cerveza, madre e hija para más señas, clonadas desde la sandalia de plataforma al mini-vestido negro con escote palabra de honor, rematadas ambas en un moñaco despeinado en todo lo alto. Frescas, lozanas y causando conmoción entre cualquier macho, local o foráneo, a 500 metros a la redonda.

En octubre, hace un sol de carajo que me calienta los bajos...

En cambio a mí no me miraban ni los perros. Enburcada en un atuendo elegante, anodino y adecuado, no despertaba la más mínima curiosidad social o animal. Estaba claro: la guiri soy yo, vestida para matar… de aburrimiento. Sintiéndome como Ana Obregón vendiendo bragas de esparto, volví a casa rabiosa y decidida a contra-atacar. Me despojé del traperío otoñal, me puse unos shorts que señalaban claramente la «línea de la concepción», un top ombliguero medio transparente y unos peep-tops a juego con el bolsito de mano.

Qué mona voy de invierano... ''Aaaashort!! Qué estornudo más tonto...

El cambio de look fue un exitazo. Volví a casa encantada, con los oídos regalados de piropazos bien hispanos: 4 guapas, dos guarras y un gesto con lengua de fácil interpretación y difícil traducción.
Y es que la moda de «invierano» es lo que más gusta. El zueco y sandalias con calcetines en invierno, las botas de ante y de agua en verano, los vestidos lenceros y tops de seda en piel de gallina a 4º de temperatura exterior y los fulares de flores con doble vuelta a 40º a la sombra son un valor seguro que debería jugar en bolsa… en bolsa reciclable. Y qué decir de los leggings que sirven todo el año para pasar la mañana absorta en cualquier banco…

Mi prima Vera y yo lo tenemos claro: Donde esté un buen delfín, que se quite un buen David...

No me atrevo a asegurarlo pero sospecho que esta moda loca tiene algo que ver con el cambio climático que nos hace perder la conciencia estacional y modal. En verano el calentamiento global nos enciende al rojo vivo y en invierno la gota fría nos cala hasta el humor de perros. Por suerte para mí, tengo un armario centenario que responde en forma y fondo a cualquier inclemencia por dura o extravagante que la moda se vuelva.

¿Alguien habrá inventado las botas de playa o las chanclas de nieve? Me pido "primerrrr"

Paso del trabajo mental al manual

Harta de buscar y no encontrar, decidí abandonar la búsqueda. Pasando de malvenderme barata, intenté vender baratijas y trabajitos a mano, es decir, Artesanía. Pero no es oro todo el latón que reluce…

Pensé que las manualidades bien hechitas serían una salida digna a mi desesperada situación profesional. Como no sabía ni coser un botón y de natural soy torpe con las manos y los pies, decidí apuntarme a cursillos y formarme sin deformarme. Me esforcé a tope: no falté a clase (ni por fuerza menor), compré las mejores materias primas, practiqué en mi casa… Ojalá hubiera hecho el Camino de Santiago: quizá me habría salido un novio que me sacara del mercadillo.

Como nadie fracasa a priori ni escarmienta en cabeza ajena, tuve que probar y no aprobar para darme cuenta de que el universo me dio torpeza y mala estrella (la mía era un meteroide que se estrelló contra un trozo de chatarra espacial). En mi línea, saqué mucho trapo sucio y nada en limpio.

– Curso de sandalias planas de polipiel: Pisar sin garbo
Vi el anuncio pegado en una farola y sin pensarlo me apunté. Soy adicta a los zapatos y hacérmelos yo era un sueño húmedo. Tomé mis pies como molde para las primeras sandalias. Elegí un modelo muy hippie de tiras finitas en polipiel roja y suela del mismo color. Con algunos pegotes de cola, en conjunto quedaron decentes. Me las puse encantada y salí a la calle con un calorazo que el asfalto se derretía. Como me sudan mucho los pies, el pegamento se ablandó. Las sandalias empezaron a aflojarse y, entre los efluvios de cola y el calor, di un traspiés. Se me soltó una correa, me pisé con el otro pie y salté de bruces contra una farola. Se partieron las tiras de las dos sandalias y las tiré. Llegué a casa con un chichón, las plantas negras y los empeines desteñidos al rojo vivo.

– Curso de plástico reciclado: Plastic Inferno
Hacer pendientes y anillos de plástico de botellas de agua recicladas me pareció bonito a la par que ecológico. Me puse a ello con tenacidad, pero recortando cuellos de botella me fui haciendo una idea de la dificultad de la tarea. Lo peor llegó al tener que fundir plástico con un soplete: me dio miedo, me puse nerviosa, me sudaron las manos, me resbaló el soplete y me quemé las cejas y 2/3 de flequillo. Gracias que no sudo queroseno, que sino a lo bonzo me habrían sacado del taller. Creo que tengo para dos meses de gafas de sol, sombrero calado y pantalla total.

Curso de collares de cuentas y abalorios: Vaya cuento de cuentas
Retomé el hilo para pasar cuentas de collares. Compré los abalorios más caros que encontré. Quería la mejor materia prima. Hice tres collares de diferentes largos y colores, que me quedaron preciosos, aunque lo pagué con la sangre de mis dedos agujereados a pinchazos. De tanto chupármelos se me borraron dos o tres huellas dactilares. El curso acabó con éxito y salimos a celebrarlo. Me puse mis collares que fueron muy elogiados, pero en una de mis visitas al lavabo se engancharon no sé cómo en la manija de la puerta y al intentar desenredarlos se rompieron. Al ver saltar las cuentas por el suelo me agaché rápidamente a recogerlas y me quedé clavada como una tabla de planchar. Entré por urgencias con una lumbalgia de pronóstico reservado. Sólo recuperé cinco abalorios.

Curso de trencadís: Pim, pam, toma en la manita
Furiosa con el mundo, conmigo y con el Universo de Marvel, me apunté al curso de artesanía más heavy que encontré: romper porcelana a martillazos. Empecé pasándomelo bomba haciendo el Thor y terminé quemada. Mi primera loseta quedó preciosa: una mariposa de colores. Pero en uno de esos arrebatos «rompiendo la Porcelanosa», con el sudor de la mano se me escapó el martillo que cayó volando como el Mjölnir sobre mis indefensos dedillos.

La cerámica quedó hecha añicos, ideales para baños y cocinas, y mis dos falanges rotas e inmovilizadas con una bonita escayola hasta la mitad del antebrazo. La decoré con abalorios, plástico reciclado, trozos de polipiel y cerámica de colores: mi mejor trabajo hasta la fecha.

Tutorial de moda: 5 formas de llevar un tanga

Lo vi claro en Youtube: la profesión con más salidas es la moda.

Siguiendo la estela del gran gurú del momento -un chico muy apañao que parece el hermano pequeño de Josie transfigurado en Clark Kent para interpretar High School Musical-, me he animado a hacer mis pinitos como estilista amateur con ínfulas de profesional.

Observándole me he dado cuenta de que emplea un manual de estilo con ciertas reglas, que un aspirante a estilista o personal shopper debe aplicar.

Regla nº 1: Saludar sonriente con un «Hola, chicas. Buenooo»
Regla nº2: Hablar como Ned Flanders: «rebequita, pañuelito, bolsito».
Regla nº3: Hacer pausas dramáticas chasqueando la lengua y desviando la mirada.
Regla nº 4: Insertar interjecciones y muletillas «ay, ay», «uuuy, uuy», «ehhhh, ehhhh».
Reglas nº5: Contar batallitas personales sobre la prenda; cuanto más insustanciales, mejor.
Regla nº 6: Descubrir el Mediterráneo, es decir, contarle al público lo que cualquiera sabe desde que aprendió a atarse los cordones de los zapatos.
Regla nº 7: Dominar el spanglish utilizando expresiones como «lo más trendy», «estilo pop», «un must de lo más in»…
Regla nº8: Repetir la marca hasta el aburrimiento, a ver si te regalan algo.
Regla nº 9: Utilizar las expresiones «súper», «monísimo», «ideal», «me encantaaa».
Regla nº 10: Identificarte con tu público y hablarle de igual a igual aunque seas de otro sexo, verbigracia: «Si llevamos así el bolsito, chicas, queda monísimo…»

Como yo no tengo rostro para un videoblog, seguiré el modelo de tutorial convencional pero utilizando los recursos lingüísticos de mi inspirador.

Mi primer tutorial se lo dedico a una prenda pensada para la vejación de la mujer, tanto como en su tiempo lo fueron el cinturón de castidad o el derecho de pernada: el tanga. Ya venga de Brasil, de París o del hilo dental no hay por dónde cogerlo para ponérselo. Así que, Holaaa chicas, chicos y París Hilton, atentos a las 5 mejores formas de llevar un tanga.

1ª forma o the primer way: De mochilita en tu back. Me parece súper cómoda y además es multiusos porque puedes llevar dentro tus cositas cuando no lo uses como tanguita. Es muy útil si llevas la mano entre las piernas cuando vas montando en bici o para ir por ahí con una cabra.

La cabra tira de la chepa. Abra la cabra, abracadabra.

2ª forma o the segun way: De bolso sobaquero para llevar a tu monísimo perrillo faldero. Esta forma a mí me encantaaa para las chicas que no quieren separarse ni un solo segundo de sus maravillosos chuchis. Hola bonito…Ayyy, me ha mordido… Ven, perritooo guapoo, que te voy a dar lo tuyo debajo del brazo…

¿Qué he hecho yo para merecer esto?

3ª forma o the tercer way: De sombrero, ideeeaaal para el verano porque tapa pero refresca, como un tinto de verano bien cool, aunque los dos te pueden dar gasecitos. Esta es una forma que, no se por qué, les encanta a todos los chicos, tanto como ponerse tetas postizas o vestirse de mujer (deben ser síntomas del mismo síndrome).

Todos los hombres tienen lo mismo en la cabeza

4ª forma o the quart way: De máscara para que no te entren moscas, mosquitos o moscones. Esta modalidad, amiguitas, está especialmente indicada para las alergias primaverales que nos ponen la naricita como un tomatito o cuando nos salen granitos por comer chocolatito. Incluso queda chulísima para atracar un banquito a las tres.

No tenía otra cosa que llevarme a la boca

5ª forma o the kint way: La más obvia, aunque quizá muchas de vosotras no habéis caído en ello, es bien metidito por el culito. Molestando lo máximo posible es mucho mejor. Incluso si os provoca una hernia de perineo y doble almorrana. Eso es que lo estáis haciendo bien, muy bien, muy bien.

Papá, papá, ¿todavía soy virgen?

Así que, chicas, en resumen debéis saber que cualquiera puede llevar un tanga, porque el que tiene estilo lo tiene incluso desnudo.

Hagas lo que hagas, ponte tanga: es la ley de la selva